lunes, 10 de octubre de 2016

Últimos días de la humanidad



"Y a pesar de todo
contemplo el mundo desde lo más alto.
Tomo notas sobre el final del hombre
mientras se aproxima el abismo.

Los aviones me sobrevuelan.
Tarde o temprano caerán".


Dominguet, poema incluido en el poemario todavía no escrito titulado "Los últimos días de la humanidad"

Los últimos días de la humanidad

Al principio, el abismo cabía en la palma de la mano.

Las grandes transformaciones en la vida de las personas y de la historia de la humanidad aparecen casi siempre inesperadamente, a partir de una pequeña novedad. Algo insignificante que en un principio pasaba desapercibido o deliberadamente ignorado, pero que termina alterando la existencia tal como la conocemos. Así, un pequeño agujero apareció en el mismo centro del gran Mandril. Era ridículo, de apenas un centímetro. A nadie le importaba.

Un pequeño abismo comenzó a separarnos.



Un centímetro no es nada, pero un centímetro que crece otro centímetro al minuto,  es digno de estudio. Aun así, hasta diez días días después de hacer aparición y alcanzar medio metro de diámetro, a nadie le preocupó lo más mínimo. Crecía, era visto, pero a nadie le importaba. O al menos eso parecía. Era como una esas papeleras caídas sobre la acera, ignorada por todos. Los vecinos podían pasar a su lado durante días y nunca iniciar el gesto de volver a colocar la papelera en su lugar. A veces, gracias a un accidente se entra en acción. Si no fuera porque un desconocido  quedó atascado en el agujero, este no hubiera recibido la atención que se merecía.  Al desconocido le ocurrió como a la papelera. Estuvo atrapado durante horas sin recibir el auxilio de algún paseante empático. Tuvo que ser él mismo quién telefoneo a los bomberos.

 Caer en el agujero reveló su existencia.


Se cercó el agujero para evitar caídas.  Cuando alcanzó un metro y medio de tamaño, aparecieron algunos empleados, probablemente subalternos. No puedo asegurar cual era su sueldo, pero es probable que ni tan siquiera llegara a los mil euros: No sé que tipo de contrato tenían o si llevaban mucho tiempo en la empresa, pero sí que estoy seguro de una cosa , que como vecinos nunca hubieran descendido por ese agujero. No fue el sueldo lo que les motivó a bajar por esa misteriosa sima. Si cualquier persona les hubiera ofrecido los treinta euros correspondientes a su sueldo por aventurarse por aquel agujero, seguramente lo hubieran rechazado. Debía ser esa fuerza capaz de arrancar lo más íntimo de tu identidad y actuar correspondiendo a los deseos de otro. Una fuerza llamada orden o contrato. Los empleados descendieron. Nunca más volvieron.


Se exigía obediencia debida a los subalternos, sino podía considerarse una falta grave o muy grave.

Después de esta extraña desaparición se probó con pequeños animalitos enjaulados. Gatos, perros, cerdos, monos. Cualquiera podía ser candidato. A pesar de que ninguno regresó, se envió durante años a animales a la oscuridad. Y digo oscuridad porque si alumbrabas con una linterna o una potente lámpara al interior del agujero, no es que no se viera el final, es que simplemente no se veía nada.


También experimentaron con animalitos


De ser insignificante a convertirse en noticia. En tan sólo un año el agujero ya había alcanzado diez metros. Lejos de considerarse una amenaza, se había convertido en un  acontecimiento, y lo era. Comenzaron a llegar turistas al gran  Mandril de todas las partes del mundo. Mandril crecía y simultáneamente se disminuía. Crecíamos económicamente al mismo tiempo que el agujero  devoraba a la ciudad.La fuente principal de ingresos era la fuente principal de nuestra destrucción.

El agujero alcanzó proporciones gigantescas, y comenzó a preocupar a las autoridades. Se vertieron millones de toneladas en su interior de arenas, rocas, residuos, basuras, con la esperanza de rellenarlo, pero el agujero era insaciable. El agujero crecía y amenazaba con comerse pueblos, ciudades, ríos, mares, montañas, países enteros. Un rumor recorría el planeta. Una sensación de miedo acechaba. La gente esperaba algo, y ese algo llegó. Pero lo que llegó fue una ocurrencia.

Si durante un tiempo el agujero estimuló la economía, ahora la estaba haciendo retroceder. Había menos superficie cultivable, menos terrenos para recalificar. Al comerse el territorio, se produjo un enorme movimiento migratorio. De las regiones al borde del agujero se desplazaban millones de personas en dirección a las tierras distantes, lejos de aquel. Así llegó la ocurrencia. Me gusta contar a mis amigos una frase ingeniosa que suelo repetir todo lo que puedo, y que representa muy bien los efectos de la jerarquía en la realidad. Dice algo así: "Cuando tus jefes se ponen a pensar, échate a temblar". En mi opinión, los jefes siempre eligen la peor de las opciones, básicamente por no contrariar a sus propios jefes. Tienen tan asumido el sistema jerárquico, que tan solo van a proponer opciones que perjudicarán a aquellos que se encuentran en la escala inferior de la jerarquía. Así que cuando alguien dijo: "¿Y si hacemos sacrificios humanos?", a muchos les pareció una gran idea.

Lanzar hombres, mujeres y niños al abismo para aplacar la ira del agujero, no parecía muy científico, pero vendiendo bien el concepto, ganó las simpatías de la población. Decir que aquellos que eran empujados al abismo ocupaban un lugar marginal en la sociedad, al menos al principio. Se empezó por violadores y asesinos en serie, pero no de los que bombardean países, sino de asesinos en serie de barrio, pero no funcionó. El agujero seguía creciendo. Así que se probó con yonquis, carteristas, y se continúo por sindicalistas, que estaban muy mal vistos en aquel momento. Pero por muchos sindicalistas que cayeran al abismo, el agujero seguía creciendo, así que se arrojó a los gordos. Por algún motivo se pensó que agujero quería gordos. Gordos pobres, claro. Me resulta imposible enumerar la variedad de personas , profesiones, díscolos, grupos étnicos, que cayeron al agujero como sacrificio humano y que nunca más volvieron. Se decía entonces que el valor de la existencia era relativo. Que no era lo mismo sacrificar a un físico nuclear que a un indigente, que el físico valía más. En realidad aunque el científico como el indigente tuvieran valores y conocimientos diferentes, existencialmente sus vidas tenían el mismo valor. En cuanto se justificaba que una vida podría tener más valor que otra, se levantaban las bases para desatar la violencia contra los otros.

 Mala cosa cuando se empieza con los sacrificios humanos

Mientras la gente seguía cayendo al vacío, el agujero seguía creciendo, y la humanidad fue aislándose en busca de lugares remotos, lejos del abismo, con la esperanza de no ser encontrada jamás por el agujero. Pero el abismo es lo que tiene, siempre te acaba encontrando.

Vivir al borde del precipicio entraña riesgos, y el abismo no tenía intención de retroceder. Así que se fletaron algunos aviones con el fin de "estar siempre suspendidos en el aire, sin tocar los pies en la tierra". Yo no estaba invitado. Así que me dirigí a los últimos rincones del planeta donde todavía existía mundo.

Voy a escribir la historia de la humanidad antes de que desaparezca


Había llegado a la cumbre más alta. Allí no había mucho oxígeno, la verdad. Sin oxígeno es difícil pensar con claridad, pero quería dejar testimonio escrito antes de ser engullido por el abismo, aunque mi acción carecía totalmente de sentido. Carecía de sentido porque de la misma manera que yo iba a ser engullido por el abismo, mi libro también lo sería. En cualquier caso, si por avatares de la fortuna mi libro se salvara del abismo, si fuera el único documento que revelara que un día existió aquello que fue llamado la humanidad, sería totalmente ridículo. Sin oxígeno en el cerebro no puedo garantizar que lo escrito sea algo parecido a la verdad. Si esto es la historia, no es muy confiable. Miro el cielo. Observo a los aviones pasar. Circunnavegan el planeta sin rumbo definido, esperando un milagro. En algún momento se les ha de acabar el combustible.


















 
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